La renuncia a los principios

Lo peor de lo que está pasando en España en general y en el PP en particular es que se está renunciando a los principios. O lo que es mucho peor, aparecen algunos individuos, que curiosamente ahora se alzan como defensores de Rajoy, que nunca los han tenido. Y no sé si hay algo más triste en la vida que no tener principios, ya sean comunistas, liberales, cristianos o del pelaje que sean.

Lo que los votantes tradicionales de la derecha siempre hemos admirado en los políticos y líderes de opinión es la defensa de unos principios, unas veces adecuadamente y otras no tanto, unas veces más cercanos a los nuestros y otras veces más alejados. Y es precisamente la falta de principios o la traición a los mismos lo que nos irrita profundamente.

Algunos iletrados, disléxicos y ágrafos, algunos de ellos paradójicamente incluso con blog propio, se encargan asiduamente de demostrar precisamente eso. Critican a líderes mediáticos sin apenas conocerlos o tildan al dueño de este blog de prepotente por citar a literatos, comunicadores o pensadores. Ya no sólo no se abochornan de su falta de principios, sino que se enorgullecen al criticar a aquellos que sí los tenemos.

El acto chulesco del paleto Rajoy en Elche ha venido a demostrar precisamente eso, que este tipo no tiene principios. Porque si defendiendo los principios del tipo que sean pierdes unas elecciones, nadie puede recriminarte nada si te has batido el cobre en tan ardua labor. Sin embargo, cuando en un individuo prima la poltrona sobre los principios, cuando un tipo invita a marcharse de su partido a personas con una serie de principios, está quedando claro que ese sujeto es un sátrapa, un indecente y un traidor.

Y si esto es triste, más triste es que semejantes actuaciones cuenten con palmeros. Ya sabíamos que algunos no tenían principios, pero al menos podían disimularlo. Hay que ser osado y atrevido para sacar pecho sin haber leído, escuchado, pensado y reflexionado lo suficiente para poder tener una mínima idea de las cosas. Pero allá cada cual, el tiempo es ese juez supremo que da y quita razones, y no es la primera ni la última vez que mis reflexiones ganan una batalla.

Enchulecidos, endiosados e idiotizados, rielando su ignorancia por los cuatro costados y desprendiendo un olor nauseabundo digno de la recua más pútrida de los chikilicuatres babosos que maman de las ubres de Mariano. Para este viaje no hacían falta alforjas.