Tsen mei tu fu

O lo que es lo mismo: "No esperéis ninguna hazaña de los que carecen de talento". Y es bien cierto. Uno se equivoca cabreándose por el último episodio de ignominia del presidente del gobierno, cuando hay que tener en cuenta que como dice el proverbio no podemos esperar ninguna hazaña de un presidente que carece de talento.

Antaño, para llegar a ser ministro o alto cargo de la política, necesitabas tener una cierta brillantez, un cierto decoro y unas ciertas cualidades o aptitudes, como gusta decir ahora. Sin embargo ahora y como decía un profesor mío: van a un pueblo, cogen a los más tontos y los ponen de concejales, y al más tonto de ellos lo ponen de alcalde. No ocurre así en todos los casos, pero si en muchos, especialmente entre los gobernantes de izquierdas.

Comparar a Zapatero con cualquier presidente de gobierno anterior a la transición sería injusto para sus antecesores. Sería injusto para Primo de Rivera, para Maura o para Cánovas hacer una comparativa entre su figura presidencial y la del actual presidente. Pero traigo en este momento a colación una reflexión de Sánchez Dragó: desde el siglo VI a.C la sociedad mundial está en crisis. Los gobernantes que tenemos no son más que el fruto de esa decadencia, acentuada especialmente en España, y no son más que el reflejo de nuestra sociedad. Como se suele decir, un país tiene los gobernantes que se merece.

Sería higiénico que la sociedad reclamara un cierto nivel moral e intelectual a sus dirigentes, sean del signo político que sean. No podemos aceptar afirmaciones como la de la misnistra de fomento que afirma algo así: no os preocupéis por los problemas, porque ya estamos nosotros, que somos los que sabemos, para resolverlos. O lo que decían Los del Río ante el referéndum de la constitución europea: si los políticos que son los que saben dicen que hay que votar sí, pues tenemos que votar que sí.

Hay que luchar por volver a tener una clase política elitista, que no clasista. ¿Por qué tanto miedo a la aristocracia, que no a la oligocracia?¿Por qué ese eterno miedo a aceptar la asimetría intelectual normal entre las personas? Recuerdo ahora la rebelión de las masas de Ortega y Gasset, donde denuncia precisamente eso, que el hombre-masa en su ignorancia no acepta la existencia de una clase preparada a la que se le otorgue la capacidad de gobernar las decisiones de un país.

Hemos pasado del gobierno de unos pocos, aunque brillantes, al gobierno de unos pocos ignorantes. Y ojo en la diferencia morfológica entre la palabra pocos. Hoy estamos sometidos al gobierno político, mediático y social de la ignorancia, de la indecencia, del desconocimiento y de las personas menos preparadas intelectualmente. Personas estúpidas, vacías y sin recursos que viven de la política, que han degradado el concepto histórico del político y que han colaborado a la destrucción moral e intelectual de nuestra sociedad.

A mi me trae sin cuidado en realidad. A falta del examen de mañana para prácticamente acabar la carrera tengo el pan garantizado el día de mañana. Tengo a mi alcance los medios para informarme y enriquecer mis conocimientos. El problema lo tendrá el hombre-masa de Ortega, aquel que se levanta y acepta sin rechistar lo políticamente correcto y lo externamente impuesto. Aquel que no se preocupa de la cultura y del saber porque no está de moda o no es la recomendación del político de turno. Y así seguirá, embebido en su eterna ignorancia, en su eterna osadía del desconocimiento, siendo un hombre-masa el resto de su vida.

Quien no quiera culturizarse y vivir del aire, o del PER según los casos, allá él (o ella que dirían ahora los cursis). Mientras, yo me vuelvo a recrear en uno de mis poemas favoritos, siempre por supuesto por detrás de las cartas de Jorge Manrique a la muerte de su padre.

Las huestes de don Rodrigo desmayaban y huían

cuando en la octava batalla sus enemigos vencían.

Rodrigo deja sus tiendas y del real se salía,

solo va el desventurado, sin ninguna compañía;

el caballo de cansado ya moverse no podía,

camina por donde quiera sin que él le estorbe la vía.

El rey va tan desmayado que sentido no tenía;

muerto va de sed y hambre, de velle era gran mancilla;

iba tan tinto de sangre que una brasa parecía.

Las armas lleva abolladas, que eran de gran pedrería;

la espada lleva hecha sierra de los golpes que tenía;

el almete de abollado en la cabeza se hundía;

la cara llevaba hinchada del trabajo que sufría.

Subióse encima de un cerro, el más alto que veía;

desde allí mira su gente cómo iba de vencida;

de allí mira sus banderas y estandartes que tenía,

cómo están todos pisados que la tierra los cubría;

mira por los capitanes, que ninguno parescía;

mira el campo tinto en sangre, la cual arroyos corría.

Él, triste de ver aquesto, gran mancilla en sí tenía,

llorando de los sus ojos desta manera decía:

«Ayer era rey de España, hoy no lo soy de una villa;

ayer villas y castillos, hoy ninguno poseía;

ayer tenía criados y gente que me servía,

hoy no tengo ni una almena, que pueda decir que es mía.

¡Desdichada fue la hora, desdichado fue aquel día

en que nací y heredé la tan grande señoría,

pues lo había de perder todo junto y en un día!

¡Oh muerte!, ¿por qué no vienes y llevas esta alma mía

de aqueste cuerpo mezquino, pues se te agradecería?»