Es evidente que, por decirlo de alguna forma, el catedrático del MAZP sobre este tema es el compañero Aquiles. Sin embargo, hace tiempo que tengo la intención de escribir una reflexión sobre los homosexuales. De la misma forma que felicito o critico unas actuaciones u otras de diversas instituciones, colectivos... hoy me gustaría hablar sobre este asunto.
Ya he repetido en múltiples post que creo firmemente en el respeto escrupuloso al individuo por encima de la colectividad. El individuo debe ser respetado y considerado con sus características propias, sin prejuicios, sin menospreciar o minusvalidar al mismo por razones de ideología, raza, sexo, opción sexual, religión, posición económica, enfermedad... Otra cosa diferente es que haya que criticar los excesos de los individuos, sea en el sentido que sea. Así como respetamos a las personas ateas y no podemos tolerar los ataques feroces a los creyentes, debemos tolerar y respetar a los gays, denunciando también sus excesos.
Lo que quiero decir en el párrafo anterior es que quien sienta prejuicios hacia otros individuos por el simple hecho de tener prejuicios, debería pararse a pensar y reflexionar sobre el asunto. En el caso que nos ocupa nunca he entendido donde está la complicación en aceptar que dos hombres se puedan enamorar igual que dos mujeres o un hombre y una mujer. Me parece estúpido que alguien pueda creer que un beso entre dos chicos es sucio y entre un hombre y una mujer no lo es.
El amor, bien entendido como lo explica el papa en su encíclica Deus Charitas est, es un bien supremo otorgado por Dios, que supone un estado supremo de calidad y de satisfación personal. El amor es una cualidad positiva per se, lo que quiere decir que quien la posea se verá beneficiado de su efecto. Podemos amar a un amigo, a nuestros padres, a un hijo, a un hombre o a una mujer. Pero el amor, con sus matices, es de iguales características para todos. No hay diferencias entre el amor que puede surgir entre Pepe y Pepa y el que puede surgir entre Juan y Tomás. La esencia es la misma.
¿Por qué existe esa dificultad en aceptar una realidad de miles de años que no daña a nadie?¿Por qué no se acepta que dos hombres puedan ir dados de la mano por la calle? Incluso basándonos en una fuente tan rica como la Biblia, Jesús vino a animar a la gente para que amaran tanto al amigo como al enemigo. Vino a anunciar el amor en el mundo, el amor que procede del Padre. ¿Quién somos los seres humanos para limitar ese amor?¿Quién soy yo o el vecino para regular qué amor es válido y qué amor no lo es?
Y como decía antes lo que hay que criticar son los excesos. Como no puede ser de otra manera, la ostentación pública de la homosexualidad como forma de ganarse la vida, como hacen algunos telepredicadores y políticos de poca monta, es bochornoso. Eso, junto con algunas manifestaciones públicas inadecuadas de los gays (basta ver el día del orgullo gay) han creado en la calle una corriente de opinión equivocada sobre ellos. Una parte importante de los gays decentes, es decir, de los no alocados y estrafalarios, tienen fuertes convicciones morales y cívicas. Muchos son católicos e incluso votan al PP. Porque ellos entienden que lo más importante que pueden aportar a la sociedad es su solidaridad, su decencia y su respeto, y no sus plumas.
Y también hay que dar un tirón de orejas a los que critican al colectivo gay cayendo en el sesgo de la generalización por lo que acabo de comentar. Muchos de ellos han alzado alegremente la voz condenando propuestas que favorezcan a los gays. Postura equivocada. Es un error analizar una ley o un asunto concreto sobre los gays pensando en los que bailan en los camiones y llevan plataformas (que son muy libres de hacerlo). Lo lógico sería conocer a Tomás y a Juan, ver cómo se quieren y aceptar, como algo natural, su amor.
La Iglesia Católica ha adoptado posturas inadecuadas a este respecto. Ha cometido el error de creerse valedora única de las palabras de Jesús, de verse la única institución capaz de decir lo que está bien y lo que está mal. Craso error. Por encima del sexo de los que se quieren, está la esencia de todo, el amor como manifestación feaciente del amor de y para Cristo.
Por eso hoy, compañeros, os animo a dar a los gays una oportunidad. A considerar que la tolerancia hacia ellos no es sólo cuestión de palabrería. La tolerancia está en aceptar que dos hombres se den la mano en público. La tolerancia está en entrar a un bar de ambiente gay y decir que no a alguien que se declara, con la misma delicadeza que se le diría a alguien del sexo contrario. Lo que hay que hacer, en definitiva, es aceptar la normalidad de las distintas formas de ser seres sexuados, es decir, de aceptar que el amor y el sexo, son igual de aceptables entre homosexuales, heterosexuales y bisexuales.