martes, 27 de mayo de 2008

La religión en la vida pública

Se ha instaurado en la sociedad la resignación o la falsa creencia de que la religión es algo que pertenece al ámbito privado del ser humano, de tal forma que la práctica y enseñanza de las misma debe situarse en el ámbito familiar y más interno del individuo. Algo que está reñido absolutamente con la libertad religiosa que es innata al hombre.

Por tanto el derecho que yo tengo a profesar una religión es algo que no me otorgan las leyes, sino que me otorga mi condición de ser humano libre. Por tanto no es función de los poderes públicos el garantizar la libertad religiosa per se, porque es algo innato al hombre que por tanto ya está garantizado, sino que su obligación es evitar que esos derechos sean pisoteados.

Más aún. El estado de derecho no es el guardián en ningún caso de las libertades individuales del hombre, sólo debe velar por que nadie vulnere esos derechos propios del ser humano. La libertad de prensa, la libertad de expresión o la misma libertad religiosa existen a pesar del estado, es decir, el hombre hace uso de ellas con y sin estado, con y sin leyes, con y sin derecho.

Por tanto creer que las leyes son necesarias para regular las libertades y los derechos fundamentales, que no hay que olvidar que priman sobre los derechos del colectivo, es cometer un error. Ningún político, sea del partido que sea, tiene derecho a decidir sobre los derechos que tengo yo como persona. Así pues cuando alguien regula la libertad de expresión de los medios o la libertad religiosa del hombre está vulnerando un derecho inviolable e inlegislable del ser humano. Lo único que se podría permitir es que el estado de derecho legislase (véase por ejemplo el artículo 20 de la Constitución) para garantizar que nadie violase esos derechos propios del hombre.

Y de igual manera, condenar la religión a lo privado es cohibir la libertad religiosa del hombre. Para el creyente la religión y Dios, entendido como el ente supremo de la existencia, son pilares fundamentales en su vida, o sea, que es impensable que uno de los pilares de nuestra vida quede relegado a un segundo plano en detrimento de otros pilares importantes, pero no tan trascendentes. Por tanto la expresión religiosa, entendida desde el respeto al diferente, debe así mismo cuidarse y garantizarse en la vida pública.

Y alrededor de este eje gira el tan desgastado tema de la aconfesionalidad del estado. Un estado que se crea democrático debe optar como única posibilidad por la existencia de un estado aconfesional, que no laico. El estado aconfesional protege la libertad del individuo a ser un ser religioso, algo que repito le es innato, y sin dañar a nadie garantiza a su vez el derecho de agnósticos y ateos. Es por tanto el estado aconfesional el que protegiendo la religión la mantiene a su vez al otro lado de la frontera de las funciones insustituibles del estado, sin beneficiarla pero también sin perjudicarla.

El estado laico, sin embargo, parte indudablemente del sentimiento ateo y por ende en nuestra sociedad del no respeto a la religión. La asepsia del estado hacia lo religioso se garantiza con el respeto mutuo y a la vez con la separación, sin una sumisión del derecho a la religión ni viceversa, algo que sólo la aconfesionalidad garantiza. El estado laico parte de una concepción dominante que prima el supuesto derecho del estado a legislar la libertad religiosa innata del hombre, dejando al hombre religioso en inferioridad con respecto al no religioso.

Un estado que legisla lo religioso con una sensación de superioridad, por ende un estado laico y ateo, es el camino de la destrucción del hombre, el camino inexorable hacia el relativismo moral y la muerte de Dios que defendía Nietchze. Por eso el estado debe valorar ante todo, por encima de las leyes-que además son fluctuantes y cambiantes según las necesidades-, al individuo libre en sí mismo. Primar al estado, por tanto al colectivo, y a las leyes, por tanto al deseo de la oligocracia injustamente elegida por el pueblo dominado por el hombre-masa, sólo conduce al fin de nuestra decadente civilización.

He ahí por tanto que se hace imprescindible la aconfesionalidad del estado. Así se garantiza un trato justo al hombre religioso, sin sumisón a la religión, y sin la renuncia a los principios democráticos y legales en las que se asienta el estado de bienestar. Por tanto el respeto escrupuloso desde las altas esferas hasta las cloacas del estado a las religiones y a sus formas de organización son el primer requisito para considerar a un estado como democrático.

Si consideramos imprescindible la separación de lo legislativo, lo ejecutivo y lo judicial; si creemos fielmente en la separación Iglesia-estado; si vemos con buenos ojos la independencia del poder de los medios de comunicación y al revés... ¿Por qué hay que respetar a unos y no a otros?¿Por qué se garantizan las elecciones democráticas, pilar básico de la democracia, y no la libertad religiosa? Muy sencillo, porque se quiere convertir a lo religioso en algo subordinado al resto de ámbitos, de tal forma que apretando la tuerca se consiga al final el tan ansiado deseo de muchos de destruir definitivamente la religión de la vida pública.

Por tanto es evidente que la sociedad supuestamente avanzada va camino del retroceso. No avanzamos en libertades, sino que vamos hacia la destrucción de lo tradicional, de lo incómodo y de las libertades propias del hombre en general. Se nos quiere hacer creer que no aceptamos la democracia por defender públicamente lo religioso y estar en contra del relativismo moral. Pero lo que no podemos tolerar es la marginación de lo religioso al ámbito privado como antesala a su destrucción definitiva, paso previo a su vez de la destrucción misma del hombre. Al final el hombre se esconde en el colectivo para negar las libertades individuales y se hunde en el relativismo para negar la mayor que muy bien explicara San Agustín: nadie niega a Dios, sino aquel a quien le conviene que Dios no exista.

PD. Gracias a Lujaban por el premio Unidad que me ha otorgado.

8 comentarios:

Jorge Castrillejo dijo...

Esto lo entiendo hasta yo, que soy agnóstico. Aunque la definición de laico que tengo yo (igual equivocadamente) es lo que tu denominas aconfesional por lo demás, los que creemos en las libertades individuales (del hombre) como génesis de la sociedad llegamos a los mismos puertos.

Un saludo.

José Enrique Carrero-Blanco Martínez-Hombre dijo...

Hay que distinguir Estado laico de Estado aconfesional, no son lo mismo, el primero es Francia, el segundo España. El Estado laico no existe ningún tipo de relación con las confesiones, en cambio, el aconfesional existen, como marca nuestro art. 16.3, relaciones de cooperación.

Y yo creo, y también lo ampara nuestra Constitución, que la libertad religiosa se extiende al derecho de manifestación pública. De la misma manera que existe el derecho de los republicanos de defender la república, pese a que estamos en una Monarquía Parlamentaria, los católicos tenemos derecho a manifestar públicamente nuestra fe, y al que no le guste, que se aguante.

Compai panita dijo...

Al gobierno que tenemos no le interesa un estado aconfesional. Lo que quiere es destruir la Iglesia y la religión católica. Con quien no se atreve a meterse es con las creencias de sus amigos de la "alianza de civilizaciones".
Saludos,

Miguel A. Pazos Fernández dijo...

Estoy de acuerdo en todo. Yo tengo total derecho a expresar mi religión, es que es un derecho natural, vamos.

Un saludo

lujaban dijo...

Y el capullo de Llamazares presentando una proposición pidiendo que se elimine el crucifijo y la Biblia en las tomas de osesión de los cargos públicos...
¿En nombre de quién habla ese fracasado?
Me ha encantado tu post, que suscribo de la cruz a la firma.
Enhorabuena.

Mike dijo...

He abierto un pequeño post como libro de condolencias, por el fallecimiento de un "Grande" por la libertad de los pueblos.

Estáis invitados a firmar, para animar a buenos amigos míos de ese país, que me leen a diario.

Muchas gracias por vuestro tiempo.

Piru dijo...

Totalmente de acuerdo en que la libertad de religión no se debe legislar porque es un derecho individual: cada uno es muy libre de tener creencias religiosas propias. Otra cosa es el culto religioso, cuyo uso sí se debe regular, en tanto en cuanto que, como conducta manifiesta, puede afectar a otros.

Yanka dijo...

Gracias por su acertado artículo. Le pido permiso para publicarlo en mi humilde blog:
http://elrincondeyanka.blogspot.com/

Y por favor, no finalice su buen trabajo de pensamiento. Por favor, continúe posteando en su blog.
Gracias...
Juan Carlos (Yanka)